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El río Segura en la Vega Baja de Alicante.

río Segura Alicante España

El río Segura nace en la Sierra de Segura en una pequeña aldea llamada Fuente Segura, Jaén, y discurre por las provincias de Jaén, Albacete, Murcia y Alicante.

Es uno de los ríos más importantes de España, y en el año 2016 el río Segura recibió el premio a la mejor restauración ambiental de Europa.

El Segura desemboca en el Mediterráneo, en Guardamar del Segura (Alicante), tras un recorrido de 325 km y una cuenca hidrográfica de 14.936 km².

La superficie que abarca su confederación hidrográfica es de 18.870 km² (al incluir las ramblas de la costa sur de Alicante y de la Región de Murcia).

La dominación del río Segura.

El Alebo de los cartagineses, el Staber de los griegos, el Thader de los romanos o el Wad-al-abyad de los colonizadores árabes es, sin duda, el ingrediente natural de mayor trascendencia de cuantos componen el sustento económico, ecológico y social de este territorio peninsular que es la cuenca del Segura.

Los diferentes asentamientos humanos que, a lo largo de la historia, se  establecieron en estas tierras de vocación ribereña, se vieron muy pronto ligados al influjo de este singular y paradójico río cambiante.

Sin embargo, desgraciadamente el Segura que inundó los ojos de aquellos primeros pobladores nunca volvería a ser el mismo.

Las primeras formas de aprovechamiento como el consumo humano, la agricultura o la navegación, adaptaron sus ritmos a los del propio río.

Las estaciones marcaban los ciclos de crecidas y sequías y modelaban la vida de las gentes que habitaban sus riberas y su cuenca, ajustándolas a las reglas que el Segura imponía.

La primera riada registrada en los anuarios históricos, data del año 826. Pero, a pesar de los claros inconvenientes que suponía la irregular disponibilidad de agua y las inundaciones periódicas de la vega, los primeros colonizadores supieron hacer un buen uso de este recurso natural.

La influencia árabe en el río Segura.

Fue uno de estos primeros pueblos: el árabe, el pionero en el desarrollo de buena parte del complejo entramado de acequias, arrobas, escorredores y azarbetas, que hoy forman el sistema de regadío de la Cuenca del Segura.

Siempre  iniciado en un azud del que nacen acequias en una y otra vertiente del cauce, el agua pasa, cada vez, a un canal menor y más ramificado hasta inundar, finalmente, los campos de cultivo, tras lo cual, vuelve a través de los azarbes de nuevo al río.

Pero otros muchos elementos e infraestructuras han contribuido a su progresiva transformación.

Las norias, inventadas por los romanos e introducidas por los árabes, junto a los menos conocidos, y en la actualidad inexistentes, molinos y puentes colgantes son los elementos de esa transformación con un mayor valor etnológico y cultural.

El impacto del río Segura en la agricultura.

Las excelentes condiciones climáticas y la fertilidad de su vega, dotaban a esta cuenca de unas características muy favorables para el desarrollo agrícola. Estas ventajas y las interesantes expectativas económicas que su implantación generaba, hizo que no se tuvieran en cuenta aquellas reglas de juego que el Segura exigía.

El resultado fue un intensivo poblamiento y una indiscriminada explotación de sus riberas, de su vega y con el paso del tiempo de toda su cuenca. Y así, la dependencia del agua creció al mismo ritmo que lo hacía su explotación, el poblamiento de sus márgenes y la transformación del suelo.

Llegó un momento en que los habitantes del Segura no estaban dispuestos a depender de las al parecer “caprichosas” etapas de escasez y abundancia a las que los fluctuantes caudales obligaban; olvidaban que el pacto no escrito, pero inapelable que el río dictaba, prescribía respetar sus crecidas y carencias para que el sutil equilibrio que mantiene la vida y la fertilidad no se rompiera.

Como resultado de esa creciente situación de inestabilidad, recordemos que a medida que aumentaba la explotación del agua crecía la dependencia y también la sensación de inseguridad, empiezan las grandes obras hidráulicas, que ya nunca se detendrán.

La construcción del embalse de Puentes.

En el año 1788 comienza la construcción del embalse de Puentes, al que le sigue el de Valdeinfierno en 1791, ambos en la provincia de Murcia y en la parte alta del río Guadalentín, uno de sus afluentes del que más tarde hablaremos.

A partir de este momento tiene lugar una irrefrenable carrera para someter y regular las aguas del Segura.

No obstante, no es hasta principios de este siglo cuando comienza una política hidráulica estatal para el control de los recursos con el Plan de Obras Hidráulicas de 1902 y la Ley de Gasset de 1911.

La consigna fue: “Que ni una gota de agua llegue al mar sin antes cumplir su función económica“.

Desde este momento la desnaturalización del Segura será manifiesta. En 1916 se construye el embalse de Alfonso XIII, en las aguas del río Quipar y, dos años después, el Talave sobre el río Mundo.

Entre 1925, año en que se inaugura el azud de Almadenes, y 1957, fecha en que terminan las obras del embalse de Anchuricas, finalizan también las del embalse de la Fuensanta (1933) y el azud del río Taibilla (1942).

Pero es 1960 con la construcción del Cenajo, el embalse más grande de la cuenca, cuando el proceso resulta realmente irreversible, poniéndose en funcionamiento hasta un total de 19 embalses y azudes que, en la actualidad, controlan el total de los recursos hídricos.

A esto hay que añadir las más recientes obras de encauzamiento y canalización llevadas a cabo durante la pasada década, desde la ciudad de Murcia hasta su desembocadura en Guardamar o el Trasvase de agua desde el Tajo en los años 70.

Así pues, y como resultado de esta transformación sin precedentes, nos encontramos ante la cuenca hidrográfica más regulada del mundo.

Muy lejos quedan ya las aguas libres, cantarinas y limpias, que durante millones de años surcaron el cauce de este malogrado Segura. Hoy sólo es posible contemplar, como un pálido reflejo de lo que fue, su cuenca alta.

En ese primer tramo, la contaminación no ha alcanzado los límites de aguas abajo y el caudal, aunque severamente regulado, todavía permite el desarrollo de una vegetación ribereña autóctona, donde la vida esquiva a duras penas el permanente golpeteo asestado por el hombre.

Paradójicamente, y aunque mutilado, no hemos podido someter al cemento la bravura de este río y, en ocasiones, el Segura todavía ruge violento exigiendo lo que nunca debimos quitarle: el primer derecho de un río, su propia vega.

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Fuentes: Confederación Hidrográfica del Segura /  Ayuntamiento de Orihuela

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